La mayoría de los relatos de viaje en el siglo XIX registran solo las peripecias de la ida, del asombro, de los descubrimientos, de los inesperados paisajes y culturas que están al otro lado, en el reino del Otro o de los otros[1]El que viaja de ida está dentro de la categoría de William Henry Hudson y su conocido libro Idle Days in Patagonia. El ejemplo de este escritor anglo-argentino es perfecto para ilustrar lo que he … Continue reading. Un viaje de regreso significa, en cambio, un modo de mirar que ya no es el de quien va de visita, sino el de quien ha comprendido tanto que ha cambiado su lenguaje, sus parámetros de comprensión y hasta el confort de sus pertenencias. El ejemplo es Santiago Avendaño, quien en 1842 fue secuestrado por los indios ranqueles al sur de la provincia de Santa Fe y se quedó tanto tiempo entre ellos que, al escapar, no logró pertenecer con naturalidad a la sociedad blanca de la que había salido, pasando el resto de sus días en el intento de mediar entre ambos espacios. Así, mientras entre el viajero tradicional pretende iluminarnos un mundo (en su perpetuo movimiento de ida, sin perder nada y siempre con la seguridad de la vuelta a casa), el otro viajero, el que está de regreso —como es el caso del ex cautivo Avendaño— es más bien el que está tratando de regresar; su travesía lo ha “contaminado”. Su relato intenta recuperar un sentido de hogar, en vano: como autor le pide al lector que se deje permear por la experiencia de la travesía, sin ser capaz de librarse del saber adquirido durante el viaje. Este saber suele tener ingratas consecuencias.
Así, en la época de mayor efusión del viaje como revelación, en el momento de las grandes exploraciones al corazón del África y al de América Latina, en el momento del viaje de Livingstone, aparece una voz en apariencia inculta que incurre en esa exageración de la cultura: el deseo del regreso. Se trata de las Memorias del ex cautivo Santiago Avendaño [2]Avendaño vivió como cautivo entre los ocho y los quince años de edad. Sus memorias, escritas a partir de 1854 y casi a lo largo de una década, estuvieron inéditas más de un siglo en archivos, … Continue reading que se comienza a escribir frente (o en el intermedio) de la aparición de dos textos nacionales de tanto peso como el Facundo. Civilización y barbarie, de Domingo Faustino Sarmiento, o, más adelante, Una excursión a los indios ranqueles, de Lucio V. Mansilla. A diferencia de estos dos grandes escritores, sin embargo, el autor de Memorias es un provinciano sin intención de dejar de serlo, cuyo único deseo es mantenerse cerca de su familia, leer, practicar su devoción religiosa y sus tradiciones, y servir a la patria en un puesto de gobierno.
Memorias del ex cautivo Santiago Avendaño es clara ilustración de que en la Argentina sí hubo más de un proyecto alternativo al del sueño metropolitano blanco y europeizante, aunque estos proyectos fueron sepultados por el olvido. La versión de la realidad que presenta Avendaño —la vida entre los indios no lo hizo del todo infeliz— no era admisible para el imaginario simplificador (civilización/barbarie) que los letrados trataban de imponer en la época. Muy significativo para entender la escritura de la historia (la manipulación de la escritura) es el hecho concreto de que Santiago Avendaño cayó víctima de la revolución mitrista, asesinado por ejército blanco: lo mataron junto al cacique Cipriano Catriel, cuando fungía de intérprete/secretario, como a un indio más. Su libro permaneció sepultado por siglo y medio.
Dice Michel de Certeau que los relatos atraviesan y organizan lugares, los seleccionan y los relacionan[3]The Practice of Everyday Life, trad. S. Rendall (Universidad de California, 1988), 115.. En el caso de Memorias de un ex cautivo la travesía se produce a lo largo de un espacio territorial enmarcado por la figura del “hombre fuerte”: por un lado el cacique Catriel, por el otro el dictador Juan Manuel de Rosas (en cuyo calabozo terminará el ex cautivo luego de su huida a la civilización). Entre estos dos polos de hombres fuertes y malvados a cada lado de la frontera se genera la vida narrada: madres que pierden a sus hijos por la arbitrariedad de quien los secuestra o aprisiona, tribus que se relacionan unas con otras, familias que viven de uno y otro lado de la frontera. El paisaje, que se podría suponer como tan importante en la descripción del espacio de la frontera, tiene un lugar secundario: aparece más bien por sus efectos (el hambre, la sequía, el camino buscado) o por la memoria de lo ocurrido en algún lugar (asesinatos, fugas, entierros). Si Una excursión a los indios ranqueles es el viaje edípico de Mansilla entre el Fuerte Sarmiento y las tolderías del cacique Mariano Rosas[4]Cfr. Carlos Alonso, “Oedipus in the Pampas: Lucio Mansilla’s Una excursión a los indios ranqueles”, en Revista de Estudios Hispánicos, XXIV. 2 (mayo 1990): 39-59., las Memorias son la travesía de un humilde trabajador de la clase media baja que recorre de punta a punta el espacio de los caciques, por un lado los indios y por el otro Rosas. Sin posibilidades de elegir, la tragedia de Avendaño desdice las tradiciones genealógicas en la Argentina, donde las convenciones de la comunidad y la ciudadanía se establecieron lejos del común acuerdo entre los habitantes. Pequeño habitante de provincia, es un cautivo en cualquier destino: no hay punto en el mapa donde se pueda sentir el liberador regreso a casa.
El texto de Avendaño no informa al modo de los relatos de viaje, que se aproximan hacia el espacio del otro con los ojos predispuestos del asombro, ya acondicionados para deslumbrarse ante una naturaleza exótica, una fauna exótica, unos seres humanos con aspecto y costumbres exóticos. Su escritura reconstruye la astucia de los pactos indígenas, entre indios y blancos, entre amigos y enemigos. Su lógica no es la de la civilización y la barbarie: en la del traidor o la del amigo, esos son los valores que importan para sobrevivir y que el relato construirá una y otra vez. Por eso no se detiene en reconstruir qué comen los indios, cómo se casan o celebran; los malones mismos son contados sin detalle. Esperar que Avendaño cuente las constumbres sería como esperar que las cuente también cuando llega a Buenos Aires: viajero es de ambos espacios, viajero que no pertenece del todo a ninguno, que se mantendrá en esa inestable travesía hasta el momento de morir —en vano— negociando para que indios y blancos comprendan el espacio del otro.
Salvando las enormes distancias entre lo que cada quien creía del mundo y, muy especialmente, lo que representaron como personajes en la sociedad de su tiempo, tanto Sarmiento como Avendaño son los “elegidos”. Uno logrará ascender desde la provincia y un linaje no demasiado ilustre hasta la Presidencia de la República, ascenso trabajosamente labrado en la actividad política, pero también en textos autobiográficos como Mi defensa y Recuerdos de provincia; el otro, también provinciano, pero de origen rural, tendría que haber sido uno de los grandes protagonistas de la Historia argentina, en cuanto a negociador que permitiría avanzar la civilización en una dirección que incluyera también a los indios. No habiendo tal ánimo en el proyecto civilizador, Avendaño (su texto) quedó sepultado entre los médanos junto a los indios (asesinado por los blancos como un indio, junto a un indio), iluminado con su ejemplo la resistencia de la Cultura a la escritura de los que viajan deseando el regreso, y por eso amenazando “contagiar” con la diferencia de su mirada a una sociedad que se quiere homogénea.
References
↑1 | El que viaja de ida está dentro de la categoría de William Henry Hudson y su conocido libro Idle Days in Patagonia. El ejemplo de este escritor anglo-argentino es perfecto para ilustrar lo que he dado en llamar viajes de ida. Lo notable es que, como bien lo ha notado Mónica Szurmuk, Hudson no llegó a recorrer nunca la Patagonia (debido a un accidente de bala autoinfringido en el momento de iniciar el viaje) y que escribió su libro en Inglaterra 23 años después de su frustrada visita a la Patagonia. Pese a esto, sobre su obra se han asentado decenas de importantes libros acerca de la Patagonia desde hace un siglo, aun los producidos por autores argentinos como Jorge Luis Borges y Ezequiel Martínez Estrada. Ver Mónica Szurmuk, “Imagining Patagonia 1880-1900”, ponencia en el congreso de Latin American Studies Association (LASA), Miami 2000. |
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↑2 | Avendaño vivió como cautivo entre los ocho y los quince años de edad. Sus memorias, escritas a partir de 1854 y casi a lo largo de una década, estuvieron inéditas más de un siglo en archivos, primero en manos de los indios, luego del militar Estanislao Zeballos; después, de sus herederos y, finalmente, del Museo de Luján. Fueron publicadas por primera vez en abril de 1999, 125 años después de su muerte, gracias a las gestiones de Jorge Rojas Lagarde y del padre Meinrado Hux, quien corrigió la ortografía original. |
↑3 | The Practice of Everyday Life, trad. S. Rendall (Universidad de California, 1988), 115. |
↑4 | Cfr. Carlos Alonso, “Oedipus in the Pampas: Lucio Mansilla’s Una excursión a los indios ranqueles”, en Revista de Estudios Hispánicos, XXIV. 2 (mayo 1990): 39-59. |