Difuntos, extraños y volátiles



0

Prólogo

Tal vez estamos ya en condiciones de leer a estos escritores sumergidos por la gran ola –y, en ese sentido, la gran estafa– del boom: Ribeyro, Fuenmayor, Juan Emar, Piñera, Garmendia. Este tiene, notoriamente, la desventaja de estar casi en la línea de flotación de las Eminencias. (…)


1

El viaje

Advierto a todos que no soy un maniático. Es cierto que, recuerdo, cuando era seguramente muy niño, había adquirido la fácil costumbre de desaparecer. Quiero decir, que me hacía el invisible sin importarme, creo, que los demás se dieran o no cuenta del suceso. (…)


2

Difuntos y volátiles

No hay que tenerles miedo a los muertos ‒decía mi tía Hildegardis, y me golpeaba el coco con su uña larga, toda verde, que parecía bañada de esperma. (Como era encuadernadora olía a tarro de cola y a simiricuiri y tenía las manos de cuero viejo, engrudadas; (…)


3

Ancianas

La vieja más horrible que creí haber visto en mi vida, fue una ancianita de aspecto candoroso, toda menuda y de cabellos blancos, que parecía hecha a la medida de una minúscula ventana donde podía encontrarla en cada mediodía, al ir a mi trabajo.


4

Vuelos y colisiones

No comprendo cómo, hasta ahora, han podido omitir en las litografías de aeronáutica (hablo de zoológicos flotantes donde habitan tantas especies inofensivas y olvidadas: herbívoros gigantes, ballenas neumáticas a punto de parir, pólipos y grandes bulbos tatuados)…


5

El impostor y su víctima

Hacía ya algún tiempo, por decirlo de alguna manera, que el hombre había seleccionado su víctima predilecta con el propósito determinado de consagrarse enteramente a ella.


6

Estar solo

Unas veces me divierte y otras —por momentos— llega a exasperarme. Ocurre —veamos si soy capaz de expresarlo debidamente— que se me duplica la cabeza (esta horma grande que reúne mi imagen visible para todos, mi identificación urbana, tan apacible por fuera aunque llena de ruidos y turbaciones), y empiezo a verla por ahí, calzada sobre hombros y cuellos diferentes.


7

El peatón melancólico

Hoy hace diez años que empecé a escribir mi novela. En todo este tiempo, trabajando día tras día, he llegado a acumular 970 páginas de letra menuda y, sin embargo, debo admitir que hasta el presente aún no he entrado propiamente en materia.


8

Impresiones de viaje

Salgo de la cafetería a eso de las tres de la tarde. Delicatess, White Palace, Hernando’s bar, vaharadas de pronto de acento catalán y olor de fritos, un autobús destartalado cruje, el carillón del carrito de helados; son ghettos, verdaderos ghettos esas barriadas sudorosas de in-migrantes, toldos azules, unas piernas divinas hendidas un segundo después por el grito de una sirena.


9

Malas costumbres

Por ahora, lo que tengo delante de mis ojos es una nuca gruesa, recién rapada, con alguna humedad visible en los poros. A cada oscilación de la cabeza, el cuello de la camisa blanca, que ya ha empezado a oscurecerse en el borde, sube y tropieza en una rodaja de carne enrojecida. El lóbulo de la oreja derecha guarda la huella de una cortadura soldada por el tiempo, que daña la tersura del contorno.


10

Ensayos de vuelo

No soy un hombre, casi, soy un dedo meñique. Mi flacura ha llegado a ser tan esquemática, tan universal (yo la proyecto con satisfacción íntima en el ámbito ascético de los principios y las fórmulas puras), que mi cuerpo desnudo es un cálido compendio de anatomía.


11

La Diablesa de Armiño

Lo primero que llamó mi atención aquel mediodía, cuando una mirada seguramente involuntaria me mostró el cuadro desvalido de aquel vestíbulo de cine, fue la inusual cantidad de chinos que allí se encontraban, resaltando de manera inequívoca y particularmente llamativa, en medio de la ciudadanía corriente que nutre las funciones de los continuados.


12

Cuentas viejas

Es tremendo cómo cambian las cosas cuando uno deja de ver a un amigo por mucho tiempo y, sin proponérselo, vuelve a dar con él.

Eso fue lo que me pasó con Fabricio. Nos habíamos tratado quince o más años atrás y, sin embargo, al revés de otros personajes, borrosa o definitivamente liquidados, guardaba una imagen muy clara de su figura; es decir, no de Fabricio solo, sino de Fabricio más las paredes amarillas, la puerta de resortes, los escritorios negros, el viejo Freites con su pelota en el pescuezo colgando en un saco de arrugas, y aquella gente asustadiza, seca y mal vestida que se amontonaba a todas horas en la oficina de Registro y Sorteo Militar donde trabajamos por cerca de tres años.


13

Alusiones domésticas

Cuando fue a abrir la puerta del cuarto de baño, se dio cuenta —por cierto con escasa sorpresa— de que su mano derecha había quedado pegada al picaporte, cada dedo soldado al pomo de metal. Una corriente fría le subió por la espina y se deshizo fácilmente en su cerebro. En el mismo momento, creyó sonreír interiormente (dejando actuar a esa segunda imagen nuestra, seguramente incorpórea, encargada de realizar ciertos gestos que nunca se proyectan al exterior, aunque en su territorio secreto posean un íntimo poder de convicción)


14

¡Nixon no!

¿Por qué coño he venido a parar aquí? Las mesas vacías, increíblemente solas a esta hora, las dos de la tarde, en que el tumulto es habitual en el restaurante “Alvarez”, tanto como la acometida de los mozos que se cruzan cargados de platos vaporosos y la espera junto a las columnas encaladas de los grupos de comensales retrasados que trabajan en las oficinas y los almacenes de la cuadra, todos de un mismo empaque de mediana prosperidad, joviales y entretenidos, pasándose la voz de un bigote a otro, de una a otra dentadura, como una bola de saliva y aire caliente que nadie quisiera dejar caer, como si temieran verla hecha trizas en el dibujo arábigo de los mosaicos; […]


15

Sábado por la noche

¿Alo?… ¿Quién está ahí?… ¿Eres tú, Eloísa?… ¡Eloísa, respóndeme!… Te habla Ricardo.

Ninguna respuesta en el aparato. Apenas un golpe de aliento fuerte, intermitente, que ahoga los pequeños ruidos de la línea.

—Yo sé que estás ahí, Eloísa. ¡Habla, chica!… ¡Eloísa! Ricardo da un puñetazo sordo a la pared. Ha comenzado a gritar.


16

Tensión dinámica

Ignoro qué hora es. La poca luz que consigue atravesar las hojas de periódico de la ventana, es algo tan inútil que en nada modifica esta apariencia opaca del cuarto, siempre igual a cualquier hora del día. Por lo visto, me quedé dormido después de almorzar, aunque no era ésa precisamente mi intención, y ahora me siento tan pesado que debo tener en la cabeza el ripio de un sueño de tres horas o más. Deben ser las cuatro, cuando menos.


17

Cuento de muertos

El personaje de este cuento morirá en la primera línea.

Ahora está muerto.

En el camino al cementerio tiene lugar el episodio que referimos a continuación: dos caballeros de mediana edad se encuentran en el asiento trasero de uno de los automóviles que forman el cortejo fúnebre.


18

Perder pie

Debe haber un momento, seguro, en que uno perdió pie o pisó en falso y desde ese momento rodó sin remedio, sin sujeción posible. Lo cierto es que nadie se dio cuenta del accidente, ni siquiera uno mismo.


19

Personaje I

Mauricio —apenas lo vi de cerca una sola vez— tenía la mirada de otra persona: me hacía pensar en un enano nervioso que se asomaba a cada instante por sus cuencas. Fue eso lo que se me ocurrió al verlo; en realidad, toda su figura era como una cáscara […]


20

Personaje II

Hacía tiempo que había perdido todo interés en escuchar las notas embrolladas del organito. Empezaban a sonar por la tarde, a eso de las cinco, hora en que la Madama le entraba de frente a su primer frasco de caña blanca.


21

Personaje III

Dositeo, el pulpero, tenía las orejas abiertas porque había sido niña hasta después de grande.

Más allá de las armaduras con sus fosos de telaraña y latas renegridas; en algún lugar de la casa, que era como un apero rejudo, todo tieso y crujiente, había un cuarto con baúles y sillas desfondadas donde estarían colgados sus camisones de crehuela, secos y comidos de hormigas.


22

¡Tran!

El puño fue a estrellarse en mitad de los ojos. Un metro noventa de cabellos ondeados y cobrizos, de ojos de mierda de loro y nariz triturada con la huella de un viejo porrazo en el vómer, herencia de una colisión heroica durante un encuentro de rugby, de dientecitos amarillos laqueados por la nicotina, de cuello almidonado y corbata condecorada con una perla; […]