A LA CONQUISTA DE UNA NACIÓN BLANCA | LAS ÉLITES


Florencia Gurman
Ilustración en collage

Fernando: ¡Portentosa visión! ¡Armonioso encantamiento!
¿Seré temerario al suponerlos espíritus?
Próspero: Espíritus que gracias a mi arte he hecho salir
del fondo de sus retiramientos
para que obedezcan hoy a mi fantasía.
Fernando: ¡Dejadme vivir aquí siempre! Un padre,
una esposa tan maravillosamente raros,
hacen de este lugar un Paraíso.

William Shakespeare, La tempestad

(…) Padre ai lemando bender una cautibita en siento
sincuenta pesos y dos corte de paño fino yo espero
este fabor de U. Que me aga por que etoy muy pobre (…)

Carta de Manuel Baigorria, Poitagué,
4 de marzo de 1878, al padre Marco Donati

A la conquista de una nación blanca[1]Partes de este trabajo aparecieron como “La literatura del silencio: Próspero en la Pampa” en Latin American Literary Review, número especial del 25 Aniversario, XXV. 50 (julio-diciembre 1997): … Continue reading

Argentina es el único país de las Américas que ha decidido, con éxito, borrar de su historia y de su realidad las minorías mestizas, indias y negras. Las ha omitido de los relatos nacionales y, a comienzos de este siglo, ha decidido que desaparezcan incluso de los censos de población. A diferencia del resto del continente, las minorías han sido borradas incluso de la memoria colectiva, sin que a nadie le llame la atención que en este país blanco siempre haya un niño que deba pintarse de negro para actuar en las fiestas patrias escolares, o que los indios sean solo unos pocos nómades que tuvieron el remoto papel de comerse a los primeros conquistadores españoles que asomaron a sus costas.

Es como si las minorías raciales nunca hubieran existido. La negación ha sido una de las estrategias para lograr su desaparición. Se ha callado u omitido una realidad, excluyéndola de la tradición y de la historia. Es por eso que hablar de olvido, en este caso, puede resultar una trampa: solo se olvida desde el presente, solo se olvida lo que hemos conocido. El olvido tendría, en este caso, dos instancias: una, la de la generación poseedora del pasado que no la transmitió a la siguiente generación; otra, la de las generaciones siguientes que –voluntaria o pasivamente, por indiferencia o rechazo– se negaron a reconstruir y reproducir esas mismas zonas del pasado. Olvidar tiene aquí la acepción de práctica, de actividad, de uso, de conveniencia, de perjuicio. Silencio y negación son el ejercicio activo del olvido.

El silencio ha tenido consecuencias asombrosas para toda forma de heterogeneidad en la Argentina: a los indios, exterminados, no se les concedió ni siquiera el mito de los orígenes y es rara la historia argentina que comience mucho antes del período de la Independencia de España.[2]En general, la historiografía liberal latinoamericana del siglo xix, erradicó el pasado indígena por lo que tenía de pre-hispánico; se cancelaba el pasado como un modo de negar la colonia … Continue reading

A los negros se los fue eclipsando lentamente y por completo, mediante una política de blanqueamiento aún más exitosa que las guerras de exterminio. Luego de la Conquista del Desierto comandada por el general Julio A. Roca, se inició una política tan vigorosa de sustitución de la población local que hacia 1914 el 30% de los habitantes había nacido en el extranjero. Los afroargentinos “desaparecieron” a un ritmo asombroso: a comienzos del siglo xix una de cada tres personas de Buenos Aires era negra, mientras que a fines de la década de 1880 la proporción se redujo a menos del 2 por ciento.

Domingo F. Sarmiento, en su célebre Facundo. Civilización y barbarie, a la par que destila el odio que toda su generación manifestaba hacia la dictadura de Juan Manuel de Rosas, alude a la desaparición de los negros, en una explicación muy significativa proviniendo de uno de los líderes que trazarían los destinos de la Nación:

La adhesión de los negros dio al poder de Rosas una base indestructible. Felizmente, las continuas guerras han exterminado ya la parte masculina de esta población, que encontraba su patria y su manera de gobernar, en el amo a quien servía.[3]Domingo Faustino Sarmiento, en el capítulo XIV de Facundo. Civilización y barbarie, prólogo de Noé Jitrik, notas y cronología de Nora Dottori y Silvia Zanetti (Caracas: Biblioteca Ayacucho, … Continue reading

En realidad, la población negra fue disminuyendo por la emigración hacia países vecinos y el mestizaje, pero, en mayor medida, por su participación en las guerras nacionales –donde los negros sirvieron en un número desproporcionado–, la indiferencia del racismo y como consecuencia de enfermedades, especialmente de la epidemia de fiebre amarilla que azotó los barrios pobres donde vivían en la década del 70. Por su parte, George Reid Andrews en Los afro-argentinos de Buenos Aires, sostiene la tesis central de que la desaparición tuvo que ver con el silencio: a fuerza de borrarlos de los censos de población y de las estadísticas –gesto que además les negó todo apoyo oficial, políticas sanitarias y financiamiento público, puesto que se decretó su inexistencia– se logró borrarlos de la realidad.[4]El estudio de George Reid Andrews es imprescindible; ver: The Afro-Argentines of Buenos Aires. 1800-1900 (Wisconsin: U of Wisconsin P, 1980), publicado como Los afro-argentinos de Buenos Aires … Continue reading La tesis, si bien contiene mucho de verdad, disuelve un tanto la realidad del mestizaje: los negros que ni murieron en las guerras ni en las epidemias ni tampoco emigraron a países vecinos, tendieron a mezclarse con la población blanca local y con los inmigrantes europeos; Reid no niega la mezcla en absoluto, es solo que poner el énfasis en el borramiento del discurso oficial debilita la puesta en evidencia de que si los negros no existen hoy en la Argentina es porque se mezclaron de tal modo que ya no se les nota.

Este silenciamiento es único, por sus extremos, en todo el continente. La negación argentina se repite a través de su historia, como ocurre con el rechazo contemporáneo a bregar con los “desaparecidos”. Hay un rechazo contra la heterogeneidad y un hábito de negaciones cuya causa original ignoro, pero cuyas manifestaciones exploro tratando de entender los mecanismos que actúan en la formación social con relación a la raza, la sexualidad y la historia desde el punto de vista cultural y, por ende, de la construcción de la memoria colectiva. 

En lugar de la negociación entre grupos raciales diversos que se dio en todo el continente americano luego de las guerras emancipadoras –sea a través de difíciles acuerdos de tolerancia y convivencia, sea a través del mestizaje–, lo que se llevó adelante en la Argentina fue un proyecto blanco con privilegio en lo urbano. O la consolidación de un estilo: como lo dijo Benedict Anderson: las comunidades se distinguen no por cuan genuinas o falsas son, sino por el estilo en que son imaginadas.

Se trata de un estilo para consolidar proyectos nacionales, un estilo que redunda en mecanismos de negación. En el caso argentino, se rechaza, se niega una parte de la realidad –de la historia– y se desea imponer a esa realidad las condiciones metropolitanas con las que sueñan los letrados.[5]El mismo concepto de ciudadanía (participación e igualdad) es, de por sí, la negación de su esencia: la falsa homogeneidad y la subordinación de ciudadanos de segunda categoría de acuerdo a la … Continue reading

Toda cultura, es cierto, provee a sus miembros de ficciones organizadoras o ideologías que definen sus relaciones, crean prácticas o “sitios” para ejercer la memoria (textos, monumentos, mapas, cantos) y dan sentidos culturales. Esta identidad depende claramente de establecer diferenciaciones, aunque “identidad” sugiera igualdad, parecido, identificación con otros. La paradoja es que, así como ocurre con el proceso de formación de la ciudadanía, la Identidad se define a partir de su Otredad: lo marginal, lo diferente, lo que no soy.[6]Ivy Schweitzer, The Work of Self-Representation. Lyric Poetry in Colonial New England (Chapell Hill y Londres: U of North Carolina P, 1991), 7-13. Pero lo uno contiene a lo otro; bien lo vio Edward Said cuando en Orientalism analizó cómo la cultura europea se fue definiendo también por oposición a su propia fabricación de cómo debía ser el Oriente (el Otro).[7]Edward Said, Orientalism [1978] (Nueva York: Vintage, 1979). Así, Buenos Aires, como centro de emanación de las formas organizativas y culturales que se consolidaron hacia fines del siglo xix, es a su vez el desierto, la frontera, el indio, el fugitivo y la mujer que se negaban a volver.

En el siglo xix se establece una relativa unidad de estilo en relación con la identidad nacional blanca, fundando una Historia (y una literatura) que se conforma como un macro-relato donde se seleccionan episodios y se silencian otros, como si se tratara de un azar o del ejercicio de la objetividad. Pero lo que la Argentina niega acerca de sus orígenes, es parte constituyente de su identidad.[8]El psicoanálisis lacaniano reconoce este mecanismo como “forclusión”, o punto ciego sobre el que se construye el falso ser y se relaciona con la ley del padre. Lo negado está en la base misma … Continue reading

Esta particularidad invita no solo a reflexionar sobre el silencio y la desaparición, sino también a replantearse la dinámica del poder colonial después de la Independencia de España. Parece un disparate hablar del poder colonial en ese período; será entonces preferible recurrir al término neocolonial, pero sin aludir con él a la lectura contemporánea que limita el análisis de cómo la cultura y la política de Occidente miran al Tercer Mundo o a sus ex-colonias.[9]Los teóricos llamados poscoloniales como Edward Said, Homi K. Bhabha y Gayatri Spivak han hecho extraordinarios aportes para la reflexión sobre como el Poder de los países centrales piensan (y se … Continue reading Es más apropiado referirse aquí a las tensiones generadas entre las diferentes élites blancas que ocupan el Poder y el resto de la población, especialmente la conformada por otros grupos étnicos. Porque, en realidad, ¿cómo ha de entenderse la expansión territorial, la imposición de una élite y sus valores, el exterminio del indio, la desaparición del negro y la supremacía blanca como si fueran un derecho natural? La incomprensión hacia el Otro como ser humano con cultura propia se transparenta, por ejemplo, en la siguiente carta, escrita con toda buena fe por un sacerdote a otro: “Hace unos dias que he empezado a enseñar las verdades cristianas a unos treinta indiecitos de ambos sexos. Ellos no entienden nada de español, yo no comprendo nada de indio, asi que me parece que estoy enseñando a papagayos”.[10]Carta del fraile Pío Bentivoglio, Capellán de la 3ª. División, citada por Marcela Tamagnini en Cartas de frontera. Los documentos del conflicto inter-étnico (Universidad Nacional de Río Cuarto, … Continue reading

Cuando se habla de “civilización o barbarie” defendiendo las bondades de la civilización (blanca, urbana y filoeuropea) y se descarta la entidad cultural de los demás habitantes del país como mera barbarie, ¿no se está reproduciendo acaso, en este estilo para poner en ejercicio la memoria colectiva, la lógica del conquistador? ¿No es la lógica de Próspero, el clásico personaje de Shakespeare, que presenta con naturalidad el sometimiento de los habitantes originales de la isla, controlados por el poder de su magia? En el marco histórico latinoamericano, el Próspero criollo tuvo como amo y señor al imperio español, pero una vez expulsados sus representantes, los arieles y calibanes locales siguieron sin alcanzar los derechos de los ciudadanos plenos.

La tempestad

Muchas veces se ha recurrido a los personajes de La tempestad de William Shakespeare para tratar de explicar América Latina. El gesto es el mismo: apropiarse de elementos de una cultura ajena, eclécticamente, para interpretarlos y modificarlos en un resultado completamente propio. Pero con el paso del tiempo y el cambio en el punto de vista, no solo la interpretación varía sino también el sentido de uno u otro personaje. Hoy, por ejemplo, resulta duro de tragar el aparentemente ingenuo diálogo entre Próspero y Fernando citado en el epígrafe: el paraíso del conquistador, todo armonía, gracias a que un amo paternal y sabio ha podido confinar a los “espíritus” nativos; ya es casi un lugar común reconocer cuánta esclavitud y muerte ha costado esa armonía encantadora en la que duque y príncipe se regocijan.

En la obra de Shakespeare, Próspero se refugia con su hija Miranda en una isla a la que llega fugitivo para hacerse su amo y señor, manteniendo sometidos, con la magia de su sabiduría, al ligero espíritu Ariel y al monstruoso Calibán. José Enrique Rodó publica su versión de este argumento bajo el título de Ariel en el año 1900 y en plena estética modernista: su lectura enaltece el espiritualismo de Ariel como el ejemplo de las juventudes del hemisferio. Rodó presenta a Próspero como “el viejo y venerado maestro” amado por sus jóvenes discípulos, a Ariel como “la parte noble y alada del espíritu” y el “imperio de la razón”, mientras que Calibán, el esclavo deforme, es “símbolo de sensualidad y torpeza”.[11]José Enrique Rodó, Ariel (San Juan: Editorial del Departamento de Instrucción Pública, 1968), 1-2. La importancia de este ensayo en su momento fue plantear el enfrentamiento de los valores de Ariel y Calibán: Ariel como la juventud idealista y amante del arte, del espíritu y de la cultura en América Latina, como contrapunto de lo que Rodó veía como el grosero materialismo norteamericano. Roberto Fernández Retamar, con la experiencia fresca de la revolución cubana, marca que Ariel, en realidad, mal podría encarnar lo mejor de nuestra civilización puesto que es también un sirviente del Poder (de allí la asociación intelectuales/Ariel). Fernández Retamar refuta a Rodó y a los muchos que compartieron su mirada europeizante, afirmando que Calibán (cuyo nombre se remonta a la etimología de caníbal) no es un monstruo deforme. “Se trata de la característica versión degradada que ofrece el colonizador del hombre al que coloniza”.[12]Roberto Fernández Retamar, Calibán y otros ensayos: nuestra América en el mundo (La Habana: Editorial Arte y Literatura, 1979), 18. Su tesis central es que “nuestro símbolo no es pues Ariel, como pensó Rodó, sino Calibán (…) Própero invadió las islas, mató a nuestros antepasados, esclavizó a Calibán y le enseñó su idioma para poder entenderse con él: ¿qué otra cosa puede hacer Calibán sino utilizar ese mismo idioma –hoy no tiene otro– para maldecirlo (…) ?” (Fernández Retamar: 32).

Madres blancas de pequeños Calibanes

Habría que intentar aquí una relectura neocolonial de La tempestad a través de la tensión entre Próspero, Miranda y Calibán en la isla, aceptando la asociación de Ariel con los intelectuales mediadores y la de Fernando como una extensión del propio Próspero. Es decir, no hablo del colonizador desde el punto de vista tradicional (las potencias foráneas), sino de la élite blanca (Próspero) que (con la ayuda de los Arieles del caso) somete al Otro para ponerlo a su servicio como si fuera su derecho natural. O lo hace desaparecer. Y hablo de las Mirandas de la realidad: aquellas a las que no les cayó un príncipe del cielo, ni lograron formar una familia bien en el Nuevo Mundo, sino que fueron secuestradas y violadas, sometidas a la servidumbre y convertidas en madres de mestizos a los que Próspero el magnífico jamás reconocería como su descendencia.[13]El poder de Próspero se ha ido acentuando en las lecturas de este fin de siglo. De hecho, el cineasta Peter Greenaway hizo su propia versión de La tempestad en la película Prospero’s Books … Continue reading

Tomo (y expando) de Dominique O. Mannoni la definición de “el complejo de Próspero”, entre cuyos síntomas está el paternalismo que carece de conciencia sobre el mundo del Otro, un mundo en el cual el Otro debe ser respetado.[14]Dominique O. Mannoni, Prospero and Caliban: The Psychology of Colonization [1950] (Nueva York: Praeger, 1964). “Este es el mundo del cual el colonizador escapa porque no puede aceptar al hombre como es. El rechazo de ese mundo se combina con una urgencia de dominación” (Mannoni: 108). El “complejo de Próspero” define la suma de las tendencias neuróticas de todo colonizador, que incluye su retrato de “racista cuya hija ha sido objeto de una tentativa de violación (imaginaria) en manos de un ser inferior”. Tanto Franz Fanon[15]Franz Fanon, Black Skin, White Masks [1952] (Nueva York: Grove Press, 1967). como el propio Fernández Retamar han reconsiderado la propuesta de Mannoni: lo que nadie toma en cuenta es que la función de Miranda, la hija de Próspero, no reside en el simple acto de añadir un personaje femenino al reparto de La tempestad. Su presencia demarca las relaciones entre los personajes: salvo el ligero Ariel, todos depositan en ella sus deseos. 

Próspero le ha ocultado durante años a Miranda su verdadera identidad. A educarla dedica la mayor parte de su tiempo y es en ella donde está contenido el futuro de su dinastía. Virgen y bella, deseada por Calibán, finalmente conocerá a Fernando, hijo del rey de Nápoles, que la desposará y la convertirá en reina. Shakespeare importa a Fernando a la isla casi como caído del cielo y no se plantea la posibilidad de que Miranda, en realidad, hubiera podido heredar el lugar, compartiendo lecho y poder con el horrendo Calibán: el mito de las fundaciones de los linajes nacionales hubiera tenido que ser otro. Cohabitar con el legítimo monarca del lugar implicaría considerarlo como un igual y, por ende, no solo cuestionar la propia superioridad sino la misma lógica que permite a unos dominar a otros: en La tempestad nada parece más natural que la esclavitud.

La obra es la puesta en práctica de la venganza de Próspero contra sus enemigos, mientras que, de paso, asegura el futuro de Miranda en el mejor de los términos y con este, el de su propia estirpe. Ariel y Calibán no son en la obra más que instrumentos para lograr la revancha de su amo Próspero. Ariel es gracioso, tiene poderes y su libertad es inminente; Calibán, en cambio, es tan desagradable que ni Próspero ni Miranda quieren mirarlo, pero tampoco pueden prescindir de él: “(…) como quiera que sea, no podemos pasarnos sin él./ Enciende nuestro fuego, sale a buscarnos la leña/ y nos presta servicios útiles”.[16]Obras Completas de William Shakespeare, trad., intr. y notas de Luis Astrana Marín (Madrid: Aguilar, 1951), 2034. El esclavo representa –hegelianamente avant la lettre– a todos los que, por pertenecer a razas consideradas inferiores, debieron ocupar el lugar del sirviente. Aquí aparece, entonces, la dinámica amo/esclavo y también otro aspecto del “complejo de Próspero” que es más bien la “mirada de Próspero”: todo conquistador define al Otro por sus carencias con relación a sí mismo: es feo puesto que no se parece al dominador; es bárbaro, porque balbucea el idioma del amo (usa barbarismos, de allí el calificativo) y así sucesivamente.

            Próspero somete a Calibán y además lo acusa de ser un ingrato, ya que, habiéndolo cuidado y alojado en su propia celda, Calibán trató de violar el honor de su hija. En la respuesta del esclavo está uno de los nudos centrales del “complejo de Próspero”: no solo se ríe, sino que asegura que, de no habérselo impedido, habría poblado la isla con Calibanes.

El “complejo de Próspero” irradia el pánico de todo dominador hacia su dominado: el terror al día en que el de abajo quiera tomar venganza y la secreta sospecha de que el furioso cuerpo de este inferior violará a su hija. Es el estereotipo de la amenaza sexual eternamente atribuida a los de abajo; de acuerdo al país, se le encajará a los negros, a los indios, a la montonera gaucha o a las masas populares. Al trasplantar el drama de La tempestad a la historia latinoamericana, se observa que en muchas latitudes Calibán se ha tenido que blanquear, en otras se lo ha subordinado por completo. Pero en otros países como en la Argentina, antes de desaparecer, Calibán fue más allá de la carcajada ominosa y sí, secuestró a Miranda, la convirtió en cautiva, traficó con ella como se hace con el ganado, la convirtió en sirvienta, en amante y en madre de pequeños mestizos calibanescos. Miranda es la “cautibita” [sic] que una y otra vez indios como el Manuel Baigorria citado en el segundo epígrafe usaron para traficar en la frontera tratando de salir de su propia miseria. Lo notable es que se haya escrito tanto sobre Calibán, Ariel y Próspero, y que Miranda quede fuera de la ecuación, como si las tragedias de la colonización no hubieran tenido mujeres en su propio centro.

Uno de los problemas de Miranda es que no sabe muy bien quién es: tiene apenas recuerdos vagos de su infancia y su identidad depende de las palabras de Próspero. Pero la identidad del Padre depende también de la hija: solo realizará plenamente su destino cuando ella, obedeciendo la Ley del Padre conozca su identidad “verdadera” (por él revelada) y se case con un príncipe blanco, tanto o más próspero que Próspero mismo.

            ¿Qué hacer, entonces, con las Mirandas de la realidad, las que luego del rapto, compartieron el lecho de Calibán? No hablar de ellas, ignorarlas, desterrarlas del relato y de todos los discursos acerca de la identidad cultural de los pueblos, es negar la realidad del mestizaje y repetir la eterna condena que se cierne sobre toda mujer violada: en el fondo, ella es culpable de su desgracia. Sobre este tema se volverá en otros capítulos, especialmente los referidos a La cautiva de Esteban Echeverría y a las diferentes versiones de Lucía Miranda.

Porque, dicho sea de paso, la casualidad ha querido que Miranda sea justamente el nombre de la primera cautiva que aparece mencionada en la historia escrita de la Argentina, Lucía Miranda,[17]En Ruy Díaz de Guzmán, Anales del descubrimiento, población y conquista de las provincias del Río de la Plata, (Asunción: Ediciones Comuneros, 1980), cap VII. La coincidencia entre los nombres … Continue reading cuya leyenda es anterior a La tempestad

De todos modos, cuando hablo de la dependencia de la identidad de Próspero en la de Miranda, basta imaginar en qué se convertiría Próspero si, en lugar de visitar a sus elegantes nietecitos en los castillos de Nápoles, le tocara montar su caballo hasta el palenque, donde le salieran a recibir “media docena de perros, ladrando con todas sus ganas (…) como un muestrario de las veinte razas que se podrían haber cruzado (…) [con] hocicos de zorro, miradas de lobo, dientes de mastín, cabezas de galgo, orejas de pointer, piernas de torcidas rastrero, boca enorme de danés, tamaños de faldero y de terranovas, pelo de ovejero, colas peladas y otras peludas”. Digamos que estos son los perros de su hija, concubina o mujer de Calibán, ahora habitante de la frontera con “unas siete u ocho criaturas, entre negras y blancuzcas”. Miranda, contagiada ya (o puede ser su hija, repitiendo la historia), es “mulata, con la mota característica, y de cara bastante negra para que se pudiera afirmar, sin ser todo un antropólogo, que ese color acentuado no podía proceder únicamente del sol”. Esta última descripción no es de Shakespeare, obviamente, sino de Godofredo Daireaux y sus recuerdos de lo que él llamaba la “mestización” en la frontera interna argentina. El desprecio es tan genuino que resulta hasta ingenuo; sirve para iluminar por qué a estas Mirandas cautivas se las olvidó para siempre. Como si lo anterior no fuera suficiente, Daireaux agrega:

Todo, en este bendito país, se tiene que mestizar a la fuerza: las ovejas en las cabañas y las vacas en los rodeos, y la gente en todas partes, y si es cierto que el mejor toro es el que de más lejos viene, seguro que, con el tiempo, no habrá moreno por renegrido que sea, que no tenga nietos rubios.

Las semillas “mestizadas” mejoran la planicie, dice, pero “las calidades y los defectos, en la gente, también se casan y, como buenos casados, pronto pelean entre sí, pero echan unas crías de calidades y defectos inesperados”.[18]Godofredo Daireaux, El fortín (Buenos Aires: Agro, 1945), 55-56. No es muy diferente el concepto que expresa Sarmiento en el Facundo, como se verá más adelante.

Pero para hablar de las mujeres cautivas, hay que considerar primero el poder de la mirada del amo de la isla.

Próspero en la pampa

Se puede afirmar que, desde este punto de vista, las nuevas naciones –en toda América Latina– incorporaron los valores neocoloniales dentro de la definición de su propia identidad. Los Padres de la Patria habrían actuado como reproductores de la patología social del colonizador.[19]Partha Chatterjee en Nationalist Thought and the Colonial World. A Derivative Discourse, (Minn.: U of Minnesota P, 1986) analiza cómo las nuevas naciones incorporaron los parámetros de nación … Continue reading Esto significa mantener los términos de dominación y raza basados en la racionalización de la superioridad de la raza blanca, su misión de civilizar al resto del mundo y la incapacidad de los “nativos” para gobernarse a sí mismos. De hecho, el modo literario de reproducir el mundo no urbano/culto (europeizante) tiende al absolutismo maniqueísta de la narrativa colonial. Solo desde este tipo de comportamiento pueden comprenderse afirmaciones como la de Juan Bautista Alberdi: “Haced pasar el roto, el gaucho, el cholo, unidad elemental de nuestras masas populares, por todas las transformaciones del sistema de instrucción; en cien años no haréis de él un obrero inglés”.[20]En Sistema económico y rentístico; citado en Historia de la literatura argentina, tomo I (Buenos Aires: Centro Editor de América Latina, 1986), 358.

“De eso se trata: ser o no ser salvaje”, escribe con su extraordinario poder de síntesis Domingo F. Sarmiento en la introducción de Facundo. No importa si en este caso se está refiriendo a un grupo indígena o a su enemigo el dictador Juan Manuel de Rosas, puesto que la lógica del rechazo será siempre la misma: los indios son “la barbarie de afuera”.[21]Sarmiento, Obras Completas, tomo XXVI (Buenos Aires: Luz del Día, 1948-1956), 312. Cuando se indique dentro del texto el tomo y la página, corresponden a esta edición.

El rechazo al Otro (el indio, la montonera) no era solo racial, sino que representaba el temor autoproyectivo que el esquema liberal modernizador tenía hacia el espacio no urbano, el espacio de la frontera, donde todo era móvil, inestable, desordenado: justo lo opuesto de los límites y confines estables que buscaba la nueva nación. Además, si el proyecto civilizador tenía como objetivo convertir a la gran familia americana-argentina en una sociedad urbana al estilo europeo, ese otro espacio debía ser borrado y, junto a ese espacio, sus habitantes. 

Como se sabe, tanto para Domingo F. Sarmiento como para muchos prohombres del siglo xix, la salud de la República dependía del desarrollo del proyecto urbano, blanco y europeo. En Facundo, Sarmiento acota que “el elemento principal de orden y moralización con que la República Argentina cuenta hoy, es la inmigración europea” (cap. XV). Juan Bautista Alberdi coincidía con el postulado de que el hombre americano:

es pobre las más de las veces porque es vago y holgazán; y no es holgazán por falta de trabajo sino por sobra de alimentos. Educado en la desnudez y privación de ciertas comodidades, no sufre por ello físicamente, gracias a la clemencia del clima. Tiene qué comer y gusta naturalmente del dolce far niente.[22]En Sistema económico y rentístico, Alberdi, por cierto, objetará en sus Cartas quillotanas la formulación binaria del autor de Facundo sobre ciudad/campo, afirmando que se trata de “un … Continue reading

Según estas teorías, el medio físico determina la psicología y esta a su vez, las instituciones. El fomento a la inmigración debía ser la medida política básica para posibilitar la modificación de la realidad político-económica. Agrega el mismo Alberdi en las Bases: “la Europa nos traerá su espíritu nuevo, sus hábitos de industria, sus prácticas de civilización, en las inmigraciones que nos envíe”.[23]Ver Juan Bautista Alberdi, Obras Completas, tomo XXVI (Buenos Aires: Luz del Día, 1948-1956). Gobernar es poblar: pero solo con blancos europeos. Desde este punto de vista, la cohabitación con el indio amenazaba la integridad de las tradiciones y de la identidad, en el sentido de que el indio, como todo enemigo durante el siglo xix, representaba justamente lo no domesticado.

Dice Pierre Chaunu que las experiencias fundadoras son completamente distintas en los espacios vacíos y en los espacios llenos; así, no es lo mismo qué imagina uno de la conciencia de sí en medio del desierto que al pie del Himalaya.[24]Pierre Chaunu, L’héritage. Au risque de la hain (Francia: Aubier, 1995). Siguiendo esta idea, la identidad de grupo y del individuo es más fuerte en el espacio vacío. Acaso la vastedad de las pampas (“el mal que aqueja la República Argentina es su extensión”, escribió Sarmiento) haya hecho más extrema la necesidad de establecer límites claros, más urgente la exigencia de definir al nosotros a diferencia del otros, más imperativo el ordenamiento del espacio: como decía Alberdi, había que cuadricular el desierto. 

La imagen del vacío es más que conveniente para los prósperos de la pampa (prósperos puede leerse también en el sentido convencional de la palabra: los que tienen fortuna). Declarar vacío el espacio no urbano es un modo de no tener que adaptar la cultura y el lenguaje de modo que sean capaces de explicar e interpretar ese espacio: se niega lo que hay en él y por lo tanto, no existe, está vacío. Este hueco permite a su vez expandir la imaginación del conquistador y llevar más fácilmente a la práctica sus deseos de apropiación del territorio. Pero acaso este sea otro de los emblemas que, a fuerza de repetición de los diversos Prometeos y Arieles que han frecuentado la escritura, congelan una caracterización de la argentinidad, cubriendo otras. En realidad, uno de los mecanismos para limitar la identidad entre la irreducible pluralidad de las naciones, es justamente fijar un sentido de espacio geográfico que sea a la vez un sentido de fatalidad natural. Y, dentro de esa fijeza, dibujar polos muy extremos: lo salvaje versus lo civilizado.

De este modo, tan poco importaba si el indio en sí mismo era verdaderamente como el salvaje caricaturizado por la literatura (como Calibán, “not honour’d with/ A human shape”), que cuando Sarmiento habla de “masas inmensas de jinetes que vagan por el desierto, ofreciendo el combate a las fuerzas disciplinadas de las ciudades (…) disipándose como las nubes de cosacos, en todas direcciones (…) [para] caer de improviso sobre los que duermen, arrebatarles los caballos, matar los rezagados y las partidas avanzadas; presentes siempre, intangibles por su falta de cohesión”, no se está refiriendo a un malón. Aunque la descripción parece extraída del poema La cautiva de Esteban Echeverría y coincide puntualmente con las narrativas militares sobre los ataques indígenas, el autor de Facundo está hablando de las huestes de Artigas: el enemigo es un conjunto semántico de características de lo no civilizado. Ellas serán aplicadas por igual en contra del gaucho, de la montonera, del bando rosista y hasta aparecerán en el grito de la mazorca de “Mueran los salvajes unitarios”. “Salvaje” es, allí, un insulto dirigido esta vez en contra de los que se consideraban a sí mismos los adalides de la civilización. 

En la dinámica internacional colonizador-colonizado reflejada en las relaciones raciales, lo tradicional ha sido asociar la figura del monstruoso Calibán al negro Eros, y al indio a la violencia y la barbarie o, en el más pacífico de los casos, a un niño primitivo que debía ser redimido. Como los afroargentinos pasaron a ser muy rápidamente solo “un accidente pasajero”,[25]Sarmiento, Conflicto y armonía de las razas en América (Buenos Aires: La Cultura Argentina, 1915), 68. el indio quedó como una amenaza infecciosa (“el virus de la anarquía”[26]Academia Nacional de la Historia, Historia argentina contemporánea, 1862-1930, tomo I (Buenos Aires: El Ateneo, 1963), 271. Otras citas de esta edición serán indicadas dentro del texto entre … Continue reading) y obstáculo para el proyecto nacional que se estaba definiendo. 

El indígena asaltaba con frecuencia a las poblaciones, asesinando a los hombres, robando mujeres, niños y caballos. Lo resume Estanislao Zeballos:

Al profundo malestar de toda la Provincia, que de variadas maneras se hacía sentir en la atmósfera del Gobierno, se asociaba el grito desgarrador de las familias de la Frontera y de mil voces varoniles, que clamaban por la paz con los salvajes, resueltas á contribuir con todo lo que fuera necesario al pago de los tributos. Preferían los pobladores fronterizos sacrificar la fortuna del presente y del futuro, para salvar siquiera el pudor de las mujeres.[27]Zeballos, Callvucurá y la dinastía de los Piedra, (Buenos Aires, La Plata: Casa Editora, Imprenta de J. Pesuer, 1890, 3ª ed.), 114.

Lo confirma el coronel Manuel Olascoaga, secretario de Roca:

Hasta 1878 (…) [v]ivíamos encerrados en la mitad de nuestro territorio, cuyas inmediatas fronteras azotaban innumerables hordas de bárbaros que absorbían por valor de millones de pesos fuertes anuales la riqueza ganadera, detenían el desarrollo de las poblaciones fronterizas por el asesinato, el robo y el incendio: hacían de la vida del soldado de frontera un martirio eterno, casi inútil por los continuos esfuerzos y sacrificios sin resultado durable; y todavía pagábamos un fuerte tributo anual de dinero y especies a varias tribus, cuya amistad apenas conseguíamos comprar temporariamente.[28]Olascoaga, Estudio topográfico de la Pampa y Río Negro, 50. Lo confirma la Academia Nacional de la Historia:El problema del indio había sido dominante para todos los gobiernos que se sucedieron … Continue reading

El indio habitaba vastos territorios que el blanco deseaba ocupar, el indio era una amenaza para la estabilidad de las poblaciones fronterizas, el indio encarnaba todos los males que el letrado repudiaba. Sin embargo, el problema no era solo cultural y no hubiera bastado erigir un régimen paternalista que controlara la violencia y adaptara los nativos a las costumbres civilizadas. Porque también había un problema de tierras. 

Esto significa que las incursiones de “pacificación” a territorio indígena representaban pingües beneficios para los latifundistas. Bastan unos pocos ejemplos: entre 1822 y 1830, 538 individuos ocuparon 7.800.000 hectáreas en la pampa; durante ese mismo período, los Anchorenas –primos de Juan Manuel de Rosas, uno de los más exitosos líderes de las llamadas campañas del desierto–, acumularon 352.000 hectáreas y su hermano Prudencio Rosas, 73.000.[29]Richard W. Slatta, Gauchos and the Vanishing Frontier (Lincoln y Londres: U of Nebraska P, 1983), 72; traducido por Rafael Urbino como Los gauchos y el ocaso de la frontera (Buenos Aires: … Continue reading La Conquista del Desierto comandada por Roca en 1878 y 1879 agregó unas 54 millones de hectáreas al “patrimonio nacional”. Esos bienes fueron entregados en gran parte a especuladores y terratenientes, como era ya tradición. La Sociedad Rural, importante promotora de la búsqueda de soluciones al problema de la frontera, pudo disponer de nuevas tierras fértiles para sus miembros (Slatta: 138). 

Ante este cuadro de circunstancias, no cabía la imagen del noble salvaje o del indio-niño (¿Ariel?) al que el Estado paternalista (Próspero) debe educar y proteger. Lo que impera es el estereotipo de la violencia que espera ser vengada: se recalcan las atrocidades en la frontera (que de hecho existían) y se repite una y otra vez el tema del malón (Calibán) cuyo objetivo era apoderarse de las mujeres y los niños, base no solo de la familia burguesa sino del futuro de las sociedades. Así, los blancos atacan en el nombre de la autodefensa.

Slatta observa que los porteños, cómodamente distantes de la frontera, podían satirizar el horror. En octubre de 1876, el periódico El fraile publicó en la sección de espectáculos un anuncio del “Teatro de la frontera”, prometiendo una gran invasión de actores indios cualquier día de estos, con la actuación estelar de los caciques Catriel y Namuncurá y el ministro de guerra Adolfo Alsina. El precio de la admisión eran todas las propiedades además de la propia piel (cit. Slatta: 94).

matar indios
es lo mismo que
pretender matar moscas

Los malones son descritos en la literatura de la época sin escatimar comparaciones con escenas infernales, con la mirada puesta en los indios y no en las víctimas. No hay literatura sobre el destino de las mujeres y los niños capturados, ni sobre cómo se traficaba con ellos en la frontera; incluso la iconografía de la época reproduce el horroroso momento del ataque, pero calla lo que ocurre después. Lo que le interesa a la civilización de Próspero en Argentina es definir a su enemigo: los indios atacan los confines de la joven nación, manteniéndolos inseguros y confusos, cuando la nación requiere un sentido estable de los límites entre el ser y el entorno. 

Nuestro propio decoro como pueblo nos obliga a someter cuanto antes, por la razón o por la fuerza, a un puñado de salvajes que destruyen nuestra principal riqueza y nos impiden ocupar definitivamente en nombre de la ley, y del progreso y de nuestra seguridad, los territorios más ricos y fértiles de la República.

Este es el mensaje que Roca transmite al Congreso para obtener el apoyo necesario para la solución final: extinguir al indio o arrojarlo al otro lado del Río Negro. Su tesis era la de pasar a la ofensiva llevando a cabo “una serie de malones invertidos” que redujera a millares de indígenas (HAC I: 273). Como se sabe, tuvo más éxito que su antecesor en el cargo, Adolfo Alsina, cuya alucinante tesis era cavar una zanja de tres metros de profundidad y 300 metros de ancho, removiendo unos dos millones de metros cúbicos de tierra desde Córdoba hasta Bahía Blanca, como defensa de una línea de fortines comunicados con los centros urbanos por el tendido de las líneas telegráficas y los ferrocarriles: algo así como la Muralla China pero al revés. Aunque la idea de la zanja hoy parece un delirio, es imposible saber si la protección escalonada de la frontera hubiera tenido éxito si Alsina no hubiera muerto antes de concluir su plan; también es inútil tratar de imaginar el mapa etnográfico y la historia Argentina si se le hubiera dado más capacidad de maniobra a personajes como el capitán Rufino Solano, “que con su buen trato y ‘savoir faire’ mantuvo la paz en sus confines durante casi veinte años”, recuperando cautivas y negociando con el respeto de ambos bandos entre 1865 y 1880 (HAC IV: 329).

Estos datos muestran que no había unanimidad de criterio en la época con respecto a la conducta a seguir con los indios y que, a la vez, no necesariamente se están aplicando criterios ajenos a esa época cuando se la analiza. Es un mito defender el aniquilamiento de los nativos en cualquier país del mundo –y su despojo– con argumentos como los de la defensa de las fronteras y de la identidad nacional, o encontrar excusas en los valores establecidos durante un período (como si alguna vez hubiera existido homogeneidad ideológica a escala nacional o aún entre los diferentes grupos con acceso al poder). Es más productivo tratar de entender por qué sociedades que se consideran bien pensantes defienden acciones atroces como respuesta a la violencia de pequeños grupos, por qué se acepta el exterminio de capas sociales de la población como algo natural, por qué parece imposible la convivencia, por qué es tan fácil ejercer el distanciamiento hacia las personas diferentes culturalmente y así proceder a la eliminación de sus derechos.


Anverso y reverso de los tabúes

La exclusión de los negros de la historia está documentada en el libro de Reid Andrews, Los afro-argentinos de Buenos Aires, cuyo primer capítulo se titula, justamente, “El enigma de la desaparición”. David Viñas, en Indios, ejército y frontera –uno de los escasos estudios sobre el “discurso del silencio” o silencio cultural sobre el exterminio de las poblaciones indígenas– los llama, en un significativo gesto de espejos que se repite, “los desaparecidos de 1870” (12). La costumbre de “desaparecer” franjas sociales que no corresponden con la imagen que la nación quiere tener de sí, remite también a los miles que desaparecieron un siglo después durante la llamada guerra sucia de la última dictadura militar. El concepto de la desaparición vuelve tercamente una y otra vez. Es llamativo, porque la negación de fragmentos del pasado o del presente como partes de una totalidad evita la negociación que emerge de la interacción política: no importa si hubo desaparecidos y culpables invictos, una y otra vez se impone un principio de organización restrictivo: aquí no ha pasado nada.

El proyecto de modernidad que se llevó adelante en el siglo xix exigía un ordenamiento sistemático del mundo. La separación entre los civilizados y los salvajes –herencia del pensamiento iluminista– venía acompañada de un discurso cientificista que creaba jerarquías entre las especies raciales. La idea de barbarie fue en parte un ejercicio de distanciamiento cultural y un modo de proyectar, en un grupo ajeno, los miedos que se querían controlar en el propio. 

En el caso argentino, si la sociedad letrada buscaba el orden, la productividad, la ley, a los indios se los miraba como la encarnación del desorden, el ocio, el salvajismo. El modelo comunitario del indio, con su caciquismo y falta de productividad parecía monstruoso y hubo que mutilarlo para evitar la identificación proyectiva con el salvaje, antimodelo para el autocontrol y el progreso. En realidad, lo que simbolizó la construcción de la Argentina no era el indio vivo, sino el indio conquistado: sus tierras modernizadas y distribuidas para la productividad privada, su comunidad destruida como tal. El proyecto de Sarmiento y de su generación es fundar colonias agrícolas y militares a lo largo de la frontera interna, para crear la semilla de pueblos estables que traigan consigo el desarrollo productivo de la civilización y el comercio, combatan el desorden indígena y sobre todo sus modos de vida nómade sobre el territorio, puesto que “la tierra desnuda e insegura no es riqueza ni tiene valor alguno mientras la mano del hombre no la haga producir” (Sarmiento XXIII: 353). Para desarrollar esta idea publica Argirópolis (1850), donde queda claro que la conquista del desierto debería consistir en su lenta ocupación y urbanización. Pero no todo es industria y trabajo en el plan del ilustre Sarmiento; como los grandes escritores argentinos del siglo xix para quien llegaría a ser presidente de la República las mujeres cautivas de la realidad contaban poco: en las largas disquisiciones que dedicó a lo largo de su obra periodística y literaria a los problemas de la frontera, aparecen apenas mencionadas acaso un par de veces. En cambio, su política hacia el indio (pese a que favorecía, en principio, el establecimiento de tratados), era la de su exterminio: 

Hay en Buenos Aires una industria que cría moscas y son los saladeros; hay otra que cría indios, y es el ganado. ¿Qué remedio para agotar las moscas? El aseo. ¿Qué remedio para extinguir a los indios? La población de nuestros campos, pues matar indios es lo mismo que pretender matar moscas (Sarmiento XXVI: 286).

La cohabitación de las blancas con el indio amenazaba la integridad de las tradiciones y de la identidad, en el sentido de que el indio, como todo enemigo durante el siglo xix, representaba justamente lo no domesticado. La cautiva, entonces –y su cuerpo como metáfora del espacio social– era expresión de un sistema significante y fundador, espacio de tensiones tan profundas, que se constituyeron en uno de los tabúes del relato nacional. Tabú por el contacto racial que se desea evitar, tabú porque esta Miranda de la pampa ha atravesado una frontera cultural y comprenderla obligaría a repensar el propio proyecto de desarrollo: acercarse a ella, darle la palabra, obliga a verse a sí mismo desde el otro lado, operación inaceptable porque impondría matices en un espectro donde el bien y el mal estaban absolutamente definidos por la escritura.

Si el salvaje era despreciado y temido, el contacto carnal de las cautivas con él las contagiaba y las volvía a su vez potencialmente contagiosas: de acuerdo a la lógica del tabú, cualquiera que haya violado la prohibición del tabú tocándolo, se convierte a su vez en tabú.[30]Ver Sigmund Freud, Totem and Taboo. Resemblances Between the Psychic Lives of Savages and Neurotics, trad. A.A. Brill (Nueva York: Vintage, 1918 y 1946).

Como se ha visto, el bárbaro concentraba los temores de los civilizados, incluso los autoproyectivos; ningún tabú podía ser mayor que el de hacerse su semejante. Bien lo dijo Freud: toda prohibición encubre un deseo. El juego de la identidad y la diferencia que construye al racismo no solo se fundamenta en catalogar otras razas como especies inferiores, sino en el deseo y en la envidia, aunque no se expresen. Son así memorables los pasajes en los que el coronel Lucio V. Mansilla, protagonista y autor de Una excursión a los indios ranqueles, sueña repetidas veces durante su expedición a territorio indígena en convertirse en emperador de los ranqueles; algo así como un coronel Kurtz criollo del siglo xix en su Heart of Darkness, la conocida novela de Joseph Conrad.

Para evitar o reprimir estas ambivalencias, el racismo suprime las zonas intermedias (como las cautivas, como el mestizaje), reafirmando límites simbólicos, rígidos y binarios, para dejar muy claro quién pertenece al nosotros y quiénes son los otros. Sonia Montecino propone una tesis fascinante que expone a otra luz el binarismo: si las cautivas blancas procrearon mestizos “al revés”, las cautivas indígenas fueron las madres de los mestizos “al derecho”. “El derecho de algo”, dice:

generalmente de una tela, es lo que aparece a la vista, lo ‘mostrable’ (…) El interior, el revés, no debe ser mostrado pues cuando se trata de una prenda oculta los dobleces, los hilvanes, es decir, todo aquello que hace posible que el derecho aparezca como tal. Pero también ‘poner algo al revés es provocar un desorden, es ‘dar la vuelta’, es mostrar una cara similar, pero distinta del modelo aceptado.[31]Sonia Montecino, “La conquista de las mujeres: las cautivas, simbólica de lo femenino en América Latina” en 500 años de Patriarcado en el Nuevo Mundo de Asunción Lavrin, comp. (Santo Domingo: … Continue reading

            Dentro del orden letrado y liberal, el espacio intermedio de mestizaje – “zona de contacto”, lo llama Mary Louise Pratt– era inaceptable; a la cautiva se la cubre de silencio y aunque en la práctica haya habido expediciones y negociaciones de rescate, dentro del reino de la palabra es ignorada, deformada, negada.[32]Mary Louise Pratt, Imperial Eyes. Travel Writing and Transculturation (Nueva York, Londres: Routledge, 1992). La literatura del siglo xix le quita toda importancia. Sin embargo, el espacio de la frontera –ese espacio intermedio entre la barbarie de adentro y la barbarie de afuera, como decía Sarmiento– era mucho menos blanco de lo que se suele recordar. Un buen ejemplo lo constituye la composición de las tropas; al decir de Ebelot, entre las mujeres que acompañaban a los soldados –conocidas como las fortineras o las cuarteleras–, “estaban representados todos los matices, excepto el blanco. La escala de tonos empezaba en el agamuzado claro y terminaba en el chocolate”. Los soldados, por su parte, presentaban “en sus fisonomías, de una asombrosa variedad (…) [entre ellos] se reconocían los tintes y perfiles de todas las razas del globo, desde los irlandeses hasta los cafres y desde los cafres hasta los patagones”.[33]Alfredo Ebelot, La Pampa (Buenos Aires: A.V. Editor, 1943), 113; Recuerdos y relatos de la guerra de fronteras (Buenos Aires: Plus Ultra, 1961), 91. La cita es de Norma Mabel Buffa y Mabel Cernada en … Continue reading

¿Es este el revés o el derecho del país discursivamente blanco?


¿Quiénes eran las cautivas?

Aunque había algunas señoras de “buenas familias” arrancadas de los poblados o de las estancias, la enorme mayoría eran mujeres humildes que habitaban la frontera: esposas, madres, hijas o hermanas de gauchos, peones, pulperos, soldados de los fuertes en las líneas de frontera. Hay que aclarar que la palabra frontera o frontera interna no alude a una imposible línea definida que separa la civilización de la barbarie, sino a un espacio dinámico –tanto en términos geográficos como ideológicos– de intercambio y convivencia entre culturas. Apunta Ana Teresa Zigón:

Esa frontera interior impedía la exacta valoración del territorio y velaba sus verdaderos límites. Era una franja en continuo movimiento, indefinida, donde tenía lugar una guerra entre dos grupos humanos antagónicos, cuyos modos de vida se revelaron irreconciliables. Este enfrentamiento solo podía terminar con la destrucción de una de las culturas en pugna.[34]Ana Teresa Zigón, “La conciencia territorial en dos momentos del pensamiento argentino (1837-1880)”, CNH III: 232.

Este espacio del margen o la periferia no solo es transformado y eventualmente destruido por el poder central, sino que a su vez transforma la cultura dominante, obligándola a pensarse a partir de esa periferia. 

Álvaro Barros deja bastante clara la distancia social que separaba a estas víctimas de las clases poderosas cuando escribe que:

La mujer delicada de las ciudades se estremece de pavor al escuchar las lúgubres historias de familias de la campaña. El ciudadano ilustrado, libre, respetado hasta cierto punto en sus derechos, y aun partícipe más o menos directamente en el gobierno, se conmueve también y piensa luego en el modo de poner remedio a tan tremendos males.[35]Álvaro Barros, Fronteras y territorios federales de las Pampas del Sur [1872] (Buenos Aires: Hachette, 1957), 116. Estos “estremecimientos de pavor” eran enfatizados por la escritura … Continue reading

No todas las cautivas eran blancas, además, como se ha visto entre la población femenina de la frontera. Carlos Mayo asegura que había “diversos ejemplos de negros cautivos y también de indios más o menos hispanizados de otras regiones”. Agrega que

si, explicablemente, dada la función que estarían llamados a desempeñar los cautivos [se refiere a la servidumbre y el trabajo], el color de su piel parecía no ser relevante, sorprende algo más saber que –contra lo que quiere cierta tradición algo legendaria– entre las mujeres no solo hay ‘blancas’ sino también indígenas (…) (Mayo: 6 y 77-78).

En todo caso, pocas veces entre las cautivas –que podían ser de colores varios, aunque predominaran las blancas– se hubiera podido reconocer a la blanca y elegante esposa de Próspero, con lo cual se añade otro elemento para la falta de atención que les ha prestado la cultura letrada.

¿Cuántas eran? Es más fácil sacar la cuenta de las vacas, ovejas y caballos robados o de las pérdidas económicas provocadas por los malones indígenas, aunque testigos informales solían recordar la presencia de al menos treinta o cincuenta cautivos por tribu. Lucio V. Mansilla menciona entre 600 a 800 solo entre los indios ranqueles; el número, impreciso, debía ser suficiente puesto que cada vez que se adelantaba un intento de trato con los blancos –tal como lo cuenta Santiago Avendaño en sus memorias de ex cautivo–, los indios enviaban primero de regreso a diez cautivas (aun en contra de sus deseos) como señal de buena voluntad hacia Buenos Aires.[36]Ver P. Meinrado Hux, ed. Memorias del ex cautivo Santiago Avendaño (Buenos Aires: Elefante Blanco, 1999). Una referencia a los números de cautivas: en la campaña de 1832 con el ejército de Chile … Continue reading

De Penélope a Miranda

Hay que reconocer que menos se sabe de los cautivos indígenas, convertidos en sirvientes de los blancos. Las expediciones militares a la frontera interna garantizaban “Generosa distribución de ‘chinitas’ para criadas de antecocina o de patio, además de bonos de tierra en premios a oficiales” (cit. Viñas: 19). La servidumbre indígena parece natural a la civilización: las reglas de juego fueron asentadas en la Colonia.

La mujer en la casa era la garantía del linaje, de la genealogía de la patria. Ese era su imperativo genealógico. Pero la mujer de la frontera era, en general, un problema. Al estilo de las primeras páginas del Martín Fierro de José Hernández, cuenta en sus memorias el ingeniero Alfred Ebelot cuando trabajaba en la construcción de la alucinante zanja de Alsina:

Si los Ulises son frecuentes en la pampa, las Penélopes son raras, por no decir desconocidas. La familia no está constituida como lo estaba en Grecia; no hay ni dioses lares ni matrimonios en regla; la ausencia tiene por lo tanto consecuencias implacables, y el retorno resulta tan desdichado como la partida. El pobre gaucho que un buen día regresa a los lugares donde estuvieron sus penates no halla nada de cuanto dejó (…) Su compañera habita un nuevo hogar, sus hijos la han seguido y llevan el apellido de otro padre, se educan en otro rancho como potrillos que forman parte de una herencia anticipada: simiente de nómadas que crece a pleno viento (Relatos: 118-119).

Todo esto constituye una población no urbana inestable: hombres itinerantes (sea en busca de mejores trabajos, sea porque eran incorporados al ejército), mujeres cabeza de hogar o compañeras de distintos hombres, hijos de apellidos diversos, nómadas que crecen al viento. He aquí, acaso, la “unidad elemental de nuestras masas populares” de la que hablaba Alberdi. Es –si se agrega al cuadro el nomadismo indígena, los aventureros, comerciantes inescrupulosos y diversos personajes que huían de la ley–, el pavoroso estremecimiento de la frontera que nada tiene que ver con el sueño de ser París.

Los mismos “honorables” poco ayudaban a dibujar el cuadro: su condición dependía de la acumulación de bienes (y, evidentemente, del deseo de legalizarlos a través de la institución) y no de su nivel de instrucción. Como cuenta Alfred Ebelot, las personas honorables designadas por el gobierno para poner en práctica las acciones sobre la frontera:

Están constituidas por terratenientes y representantes del alto comercio, ricos estancieros residentes en la ciudad, grandes negociantes de cueros, acopiadores de lana sucia. Se estima su gran fortuna como garantía suficiente de su honestidad, su actividad comercial como prenda de su capacidad (Relatos: 113).

De nómadas y otros desaparecidos

El destino de los gauchos no fue fácil. Como habitantes de la pampa sin títulos de propiedad, eran mantenidos más o menos atados a un patrón o a un área geográfica, obligados a portar documentos restrictivos (pasaportes internos, papeles de trabajo, registro militar) y, de no llevarlos, eran reclutados a la fuerza por los jueces de paz o por los latifundistas mismos, sea para trabajar en sus estancias o para prestar servicio militar (Slatta: 93).[37]Los ‘vagos’ a ser reclutados eran: “1) Todos los ociosos sin ocupación en la labranza y otro ejercicio útil, 2) Los que en día de labor y con frecuencia se encuentran en casas de juego, … Continue reading Este aspecto de la historia argentina sí ha sido ampliamente estudiado, además de estar registrado por la poesía gauchesca. Lo dice el coronel Daza:

Desgraciado el paisano que no se lleva bien con las autoridades rurales o que se permitiera votar en los comicios en contra del candidato oficial. Los que se permitían contrariar eran perseguidos y aprehendidos como vulgares criminales peligrosos para la sociedad a los que se condenaba a servir en la frontera (Daza: 89).

La propiedad y el lucro eran ley. Así como la ciudadanía en la frontera se medía, en buena medida, por los títulos de propiedad, los pobres del campo eran las víctimas directas de las agresiones indígenas. Los hacendados se preocupaban tanto por su mera ganancia que dejaban al ganado pastar por su cuenta y no invertían ni en el cultivo de la tierra ni en la protección de las estancias, dejándolas expuestas a sus malones y exigiendo la protección del ejército. Sarmiento denuncia a los estancieros fronterizos por su comodidad y avaricia:

Ni cerco, ni corral, ni edificios, ni seres humanos siquiera entran como capital de fábrica, como obra muerta de esta industria. Son onzas de oro derramadas en una campaña; pero onzas de oro visibles de una legua, y que caminan para donde se las dirige.[38]Citado por Félix Weinberg, “Sarmiento y el problema de la frontera (1845-1858)”, CNH I: 501. La cita del juez de paz aparece en la página 503 de este estudio.

En un artículo de 1857, cita al juez de paz del partido de Ajó quejándose de que

no es dable que los paisanos pobres que no tienen nada vayan a derramar su sangre a la frontera, mientras los hombres hacendados quedan disfrutando de sus casas como si fueran duques o marqueses, esto es un contrasentido pues somos republicanos.

Otro ejemplo del ambiente en la frontera interna, de acuerdo al testimonio de Alvaro Barros, explica cómo los reclutados por la Guardia Nacional para servir en la frontera veían cómo

(…) le son suprimidas todas las garantías, todos los derechos del hombre. Se sienten entonces caer al fondo de un abismo de donde solo pueden salir confundidos entre los criminales, y desertan porque allí no es posible permanecer (…) Llega por fin una época en que los hombres que llevan sobre la frente un sello con la palabra frontera desaparecen como las golondrinas en el invierno, y las autoridades de campaña corren, cordel en mano, inútilmente, sin hallar hombres que amarrar para remitir un contingente de carretas (Barros: 116-7).

Para peor, el llamado “gaucho neto” (nómada, no integrado, a veces residente de las comunidades indígenas), es decir, el personaje que caracteriza la frontera interna, cruzando de un lado a otro, sin pertenecer a la cultura de Próspero, es otro de los desaparecidos durante la Conquista del Desierto. Quiere decir que no solo se exterminó al indio, sino que también se barrió un estilo de vida. Dice Luis Campoy que “el gaucho neto podía sustraerse a las normas de la autoridad porque tenía posibilidad de refugiarse en una nación vecina”; la destrucción de los poderes periféricos implicó también la de los lugares de refugio.[39]Luis Campoy, “Conquista del desierto y desaparición del gaucho: una perspectiva histórico-sociológica” en CNH III: 315-322. De hecho, el espacio indígena descrito en las memorias de Avendaño está poblado por todo tipo de refugiados de la civilización; muchos de ellos, como Manuel Baigorria, tenían sus propias cautivas.

El borramiento del gaucho “auténtico” es confirmado en las memorias de Daireaux, con su ironía característica; así, dice, refiriéndose al encuentro con un gaucho: “¿Qué ocurre? ¿Se me turba la vista? O ¿se me ha descompuesto el aparato?”. La incrédula sucesión de preguntas deja paso a la afirmación de que el gaucho todavía existe, “pero tan diferente del gaucho que he conocido en 1880, como lo era ese mismo, de su antecesor veinte años antes, el imperecedero Martín Fierro”. Y enseguida explica:

Es preciso internarse cada vez más en los territorios todavía despoblados, para encontrar el tipo genuino del gaucho irreductible, refractario a toda disciplina, heredero empedernido del nomadismo original. Siempre ha ido retirándose hacia el desierto, arrollado sin cesar por la ola de la población, y solo desaparecerá del todo, en su tipo primitivo cuando ya no sepa adónde ir, sin chocarse con la civilización que avanza.  

Los gauchos tenían un origen básicamente mestizo y ya se sabe que para pensadores/gobernantes como Sarmiento, el mestizaje no era precisamente lo mejor que le podía pasar a la República Argentina. Es cierto que Sarmiento compartía una cierta admiración por las habilidades naturales de los gauchos, pero es bien conocida su descripción de los pobladores en el capítulo I de Facundo:

(…) de la fusión de estas tres familias [blanca española, india, negra] ha resultado un todo homojéneo, que se distingue por su amor a la ociosidad e incapacidad industrial, cuando la educación i las exijencias de una posicion social no vienen a ponerle espuela i sacarla de su paso habitual. Mucho debe haber contribuido a producir este resultado desgraciado la incorporación de indíjenas que hizo la colonización. Las razas americanas viven en la ociosidad, i se muestran incapaces, aun por medio de la compulsión, para dedicarse a un trabajo duro i seguido. Esto sujirió la idea de introducir negros en América, que tan fatales resultados ha producido [sic].

Probablemente el grupo más estudiado como un producto autóctono derivado de estas mezclas sea el de los gauchos, pero, pese a que se admite su origen mestizo, escritores de la talla de Ezequiel Martínez Estrada, Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares han preferido elidir los derivados de la ecuación racial para afirmar que el gaucho “no es un tipo étnico sino social”.[40]Ezequiel Martínez Estrada, Muerte y transfiguración de Martín Fierro, I: 234-5; Borges y Bioy Casares, Poesía gauchesca, I (México: Fondo de Cultura Económica, 1955), viii. Significativamente, se resalta un estilo de vida y no cuánto de herencia indígena había en este prototipo criollo, elevado a tal categoría en la literatura solo en el momento en que el gaucho empezaba a desaparecer como tal para ser absorbido como peón de estancia y su mito contrarrestaba la avalancha de inmigrantes que amenazaba con deformar el panorama político–cultural del nuevo siglo.

Borrar la parte indígena. Muchos libros de historia proceden del mismo modo. Por ejemplo, Compendio de la Historia de las Provincias Unidos del Río de la Plata. Desde su descubrimiento hasta el año de 1871 de Juana Manso, asegura que “estos habitantes del Nuevo Mundo como se denominó antes de tomar la más característica denominación de América, eran de piel roja en lo jeneral, con escepcion de los Mejicanos, que eran cobrizos, y de los emperadores Incas que eran blancos”; luego afirma, sin conexión con lo anterior, que “Los Arjentinos descienden generalmente de Europeos, son de una raza fuerte, varonil y batalladora, calidades que no dirijidas por una sabia educacion han alimentado por muchos años la guerra civil”.[41]Juana Manso (Buenos Aires: Imprenta de Pablo E. Com, 5ª. ed., 1872), 7 y 9.

La cautiva cuestiona aún de un modo más extremo las precarias posesiones de los padres de la patria, puesto que si la mujer era extensión de la familia, ¿cómo encarar a estas mujeres que podían ser el vehículo de la fundación de nuevas hegemonías de mestizos que viven como indios? No es esta una pregunta retórica. En Una excursión a los indios ranqueles, Lucio Mansilla reitera una y otra vez la presencia de caudillos mestizos: la mayoría de los caciques que él encuentra son hijos de blanca. Tal vez su descripción sea solo un modo de hacer más simpáticos a los personajes para su público lector, volviéndolos más parecidos, más blancos, acercándolos así al mundo conocido y tranquilizador de Buenos Aires; aunque sea una estrategia narrativa, no se trata de una mentira. En todo caso, nunca se explica quiénes son esas madres blancas, si bien hoy sabemos que no podían ser sino cautivas.

El tema es incómodo: se trata de mujeres blancas –el término “cautiva” implica ya, por tradición histórica, una cristiana en tierra de infieles–, de víctimas llevadas a la fuerza y que desaparecen para la sociedad de la “gente decente”. Los indios desaparecen, los negros desaparecen, las mujeres blancas de la frontera también desaparecen de la realidad y de la historia. No se habla más.

Benedict Anderson, ampliando el concepto de Renan sobre la necesidad del olvido como constitución de las naciones, describe cómo el proceso de olvidar-recordar es una defensa contra el conflicto entre los límites naturales y las aspiraciones políticas de una nación. De acuerdo a su idea, la esencia de una nación es que todos sus individuos tienen mucho en común y que han olvidado las mismas cosas. Pero, como se ve, no se trata de “todos sus individuos”, puesto que vastos sectores sociales han sido barridos. En verdad, entonces, la identidad de una nación se define mediante sus negociaciones, sus rituales, por la forma en que inventa sus tradiciones, por sus prácticas sociales. Y por sus pactos de silencio.

La identidad se construye sobre una auto-definición negadora, una problematización de las diferencias dentro del sujeto nacional. Repensar hoy esa identidad nacional obliga a eludir los marcos oficiales en busca de los restos, de las huellas de resistencia, de lo que no se deja olvidar. 

Es por eso que el paraíso de Próspero en tierra ajena es mucho menos armonioso de lo que se ve en la superficie. Hay fisuras y tempestades, venganzas y silencios. Por eso hay que repensar a Próspero y Miranda, a Calibán y a las cautivas: reencontrarlos ilumina el deseo, la cultura, la política de toda una época y de la fundación nacional.[42]El problema de las cautivas madres de indios aparece desde muy temprano. Por ejemplo, entre los primeros pactos que se intentaron firmar en el siglo xix está el de 1825 en la laguna del Huanaco, … Continue reading


References

References
1 Partes de este trabajo aparecieron como “La literatura del silencio: Próspero en la Pampa” en Latin American Literary Review, número especial del 25 Aniversario, XXV. 50 (julio-diciembre 1997): 139-158; y en “La mirada de Próspero”, Cautivas argentinas: a la conquista de una nación blanca, Latin American Program Working Paper Series, Woodrow Wilson International Center for Scholars, 233 (Diciembre 1997): 1-32. Los énfasis y traducciones son míos, a menos que se indique lo contrario.
2 En general, la historiografía liberal latinoamericana del siglo xix, erradicó el pasado indígena por lo que tenía de pre-hispánico; se cancelaba el pasado como un modo de negar la colonia española y reafirmar la de las naciones independientes. La diferencia es que otros países del continente sí recrearon más adelante el origen indígena, cuando pasó a entenderse –al menos a nivel discursivo– ingrediente esencial para el orgullo de la latinoamericanidad y el mestizaje cultural. Acota David Viñas:

Si en otros países de América Latina la “voz de los indios vencidos” ha sido puesta en evidencia, ¿por qué no en la Argentina? ¿La Argentina no tiene nada que ver con los indios?¿Y con las indias? ¿O nada que ver con América Latina? Y sigo preguntando: ¿No hubo vencidos? ¿No hubo violadas? ¿O no hubo indias ni indios? ¿O los indios fueron conquistados por las exhortaciones piadosas de la civilización liberal-burguesa que los convenció para que se sometieran e integraran en paz? ¿Y qué significa “integrarse”? Pero, me animo a insistir: ¿por qué no se habla de los indios en la Argentina? ¿Y de su sexo? ¿Qué implica que se los desplace hacia la franja de la etnología, del folclore o, más lastimosamente, a la del turismo o de las secciones periodísticas de faits divers? Por todo eso me empecino en preguntar: ¿no tenían voz los indios? ¿O su sexo era una enfermedad?¿Y la enfermedad su silencio? Se trataría, paradójicamente, ¿del discurso del silencio? (…) En Indios, ejército y frontera (México: Siglo XXI, 1983), 12.

3 Domingo Faustino Sarmiento, en el capítulo XIV de Facundo. Civilización y barbarie, prólogo de Noé Jitrik, notas y cronología de Nora Dottori y Silvia Zanetti (Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1977), 218.
4 El estudio de George Reid Andrews es imprescindible; ver: The Afro-Argentines of Buenos Aires. 1800-1900 (Wisconsin: U of Wisconsin P, 1980), publicado como Los afro-argentinos de Buenos Aires [1980], trad. Antonio Bonanno (Buenos Aires: La Flor, 1989). Sobre la relación entre las castas y grupos raciales hacia la época de la independencia, ver Tulio Halperín Donghi, Revolución y guerra. Formación de una élite dirigente en la Argentina criolla (México: Siglo Veintiuno, 1972). Entre los estudios recientes sobre la fuerte marca negra en la cultura argentina del siglo xix se cuenta el de Marvin Lewis, Afro-Argentine Discourse: Another Dimension of the Black Diaspora (Columbia: U of Missouri P, 1996), quien coincide con la interpretación de que los negros fueron diezmados por las guerras en los Andes, en Paraguay y contra los indios, más la apatía de las políticas oficiales, el mestizaje y los estragos que causó la epidemia de 1871. Ver también: John Garganigo, “El perfil del negro en la narrativa rioplatense”, Historiografía y Bibliografía Americanistas, XXI (1977): 71-109.
5 El mismo concepto de ciudadanía (participación e igualdad) es, de por sí, la negación de su esencia: la falsa homogeneidad y la subordinación de ciudadanos de segunda categoría de acuerdo a la clase social, la raza, el género y la orientación sexual. Como lo ha visto Renato Rosaldo, la identidad nacional no puede ser entendida como una ficción colectiva (“were the line between something made and a falsehood can be difficult to draw”), sino como una arena de negociación, disputas y conflictos que se resisten a la larga a su silenciamiento. Rosaldo, “Social justice and the crisis of national communities”, en F. Barkers, P. Hulme, M. Iversoned, eds., Colonial Discourse/Postcolonial Theory (Man.: Manchester UP, 1994), 239-252.
6 Ivy Schweitzer, The Work of Self-Representation. Lyric Poetry in Colonial New England (Chapell Hill y Londres: U of North Carolina P, 1991), 7-13.
7 Edward Said, Orientalism [1978] (Nueva York: Vintage, 1979).
8 El psicoanálisis lacaniano reconoce este mecanismo como “forclusión”, o punto ciego sobre el que se construye el falso ser y se relaciona con la ley del padre. Lo negado está en la base misma de la identidad. Ver: Jacques Lacan, Seminario 3 (Barcelona: Paidós, 1984), 24-25; Escritos 2 (Buenos Aires: Siglo XXI, 1975), 540 y 556-8. Debo el dato a Susana Pravaz y Cristina Horstein.
9 Los teóricos llamados poscoloniales como Edward Said, Homi K. Bhabha y Gayatri Spivak han hecho extraordinarios aportes para la reflexión sobre como el Poder de los países centrales piensan (y se apropian o deforman) a la cultura de los países en su periferia. Pero lo que interesa aquí es revisar la tensión Poder/Periferia dentro de cada país en particular, en este caso de los latinoamericanos y en especial de la Argentina.
10 Carta del fraile Pío Bentivoglio, Capellán de la 3ª. División, citada por Marcela Tamagnini en Cartas de frontera. Los documentos del conflicto inter-étnico (Universidad Nacional de Río Cuarto, 1995), 267.
11 José Enrique Rodó, Ariel (San Juan: Editorial del Departamento de Instrucción Pública, 1968), 1-2.
12 Roberto Fernández Retamar, Calibán y otros ensayos: nuestra América en el mundo (La Habana: Editorial Arte y Literatura, 1979), 18.
13 El poder de Próspero se ha ido acentuando en las lecturas de este fin de siglo. De hecho, el cineasta Peter Greenaway hizo su propia versión de La tempestad en la película Prospero’s Books (1991), con John Gielgud en el rol principal, donde los alucinantes escenarios y movimiento de los personajes prácticamente se desprenden de la mente de Próspero, sus libros y su escritura. Debo el dato del film a Kate y Joseph Tulchin. La supuesta superioridad cultural de Próspero también ha sido estudiada como uno de los recursos de imposición del poder colonialista; ver, por ejemplo, “English Literary Study in British India” de Gauri Viswanathan en “Race”, Culture and Difference de James Donald y Ali Rattansi, eds. (Londres: Sage, 1992); también es de interés “Imagi/Native Nation: The Tempest and the Modernization of Political Authority” de Allen Carey-Webb, Making Subject(s). Literature and the Emergence of National Identity (Nueva York, Londres: Garland, 1998), 57-92.
14 Dominique O. Mannoni, Prospero and Caliban: The Psychology of Colonization [1950] (Nueva York: Praeger, 1964).
15 Franz Fanon, Black Skin, White Masks [1952] (Nueva York: Grove Press, 1967).
16 Obras Completas de William Shakespeare, trad., intr. y notas de Luis Astrana Marín (Madrid: Aguilar, 1951), 2034.
17 En Ruy Díaz de Guzmán, Anales del descubrimiento, población y conquista de las provincias del Río de la Plata, (Asunción: Ediciones Comuneros, 1980), cap VII. La coincidencia entre los nombres la notó Montserrat Ordoñez durante una conversación en la Universidad de los Andes (Bogotá).
18 Godofredo Daireaux, El fortín (Buenos Aires: Agro, 1945), 55-56.
19 Partha Chatterjee en Nationalist Thought and the Colonial World. A Derivative Discourse, (Minn.: U of Minnesota P, 1986) analiza cómo las nuevas naciones incorporaron los parámetros de nación utilizados para definirse a sí mismos por Francia e Inglaterra (educación, nivel de industrialización y desarrollo, etc). Hacerlo implica el autodesprecio, puesto que los países –en este caso latinoamericanos– enfrentaban condiciones de vida completamente distintas. Sobre las relaciones coloniales hacia las razas supuestamente inferiores ya habían escrito con especial lucidez Mannoni y Fanon, mucho antes de las modas de la llamada poscolonialidad.
20 En Sistema económico y rentístico; citado en Historia de la literatura argentina, tomo I (Buenos Aires: Centro Editor de América Latina, 1986), 358.
21 Sarmiento, Obras Completas, tomo XXVI (Buenos Aires: Luz del Día, 1948-1956), 312. Cuando se indique dentro del texto el tomo y la página, corresponden a esta edición.
22 En Sistema económico y rentístico, Alberdi, por cierto, objetará en sus Cartas quillotanas la formulación binaria del autor de Facundo sobre ciudad/campo, afirmando que se trata de “un error histórico y empírico, y una fuente de antipatía artificial entre sectores que se necesitan y complementan uno al otro”.
23 Ver Juan Bautista Alberdi, Obras Completas, tomo XXVI (Buenos Aires: Luz del Día, 1948-1956).
24 Pierre Chaunu, L’héritage. Au risque de la hain (Francia: Aubier, 1995).
25 Sarmiento, Conflicto y armonía de las razas en América (Buenos Aires: La Cultura Argentina, 1915), 68.
26 Academia Nacional de la Historia, Historia argentina contemporánea, 1862-1930, tomo I (Buenos Aires: El Ateneo, 1963), 271. Otras citas de esta edición serán indicadas dentro del texto entre paréntesis como HAC.
27 Zeballos, Callvucurá y la dinastía de los Piedra, (Buenos Aires, La Plata: Casa Editora, Imprenta de J. Pesuer, 1890, 3ª ed.), 114.
28 Olascoaga, Estudio topográfico de la Pampa y Río Negro, 50. Lo confirma la Academia Nacional de la Historia:

El problema del indio había sido dominante para todos los gobiernos que se sucedieron desde la Independencia. Aún no podían librarse del salvaje, que con sus correrías limitaba el campo de las labores agrícolas y ganaderas de los habitantes del país. Las estancias y los puestos que se establecían en las avanzadas de un límite apenas alejado de ciudades o pueblos como San Luis, Mercedes, Junín y hasta Buenos Aires, sufrían periódicamente los malones, con su secuela de pérdidas de valiosas vidas, el cautiverio degradante de las mujeres, el saqueo de las poblaciones y el robo de las haciendas. (HAC I: 271).

29 Richard W. Slatta, Gauchos and the Vanishing Frontier (Lincoln y Londres: U of Nebraska P, 1983), 72; traducido por Rafael Urbino como Los gauchos y el ocaso de la frontera (Buenos Aires: Sudamericana, 1985).
30 Ver Sigmund Freud, Totem and Taboo. Resemblances Between the Psychic Lives of Savages and Neurotics, trad. A.A. Brill (Nueva York: Vintage, 1918 y 1946).
31 Sonia Montecino, “La conquista de las mujeres: las cautivas, simbólica de lo femenino en América Latina” en 500 años de Patriarcado en el Nuevo Mundo de Asunción Lavrin, comp. (Santo Domingo: CIPAF, 1992), 73-74.
32 Mary Louise Pratt, Imperial Eyes. Travel Writing and Transculturation (Nueva York, Londres: Routledge, 1992).
33 Alfredo Ebelot, La Pampa (Buenos Aires: A.V. Editor, 1943), 113; Recuerdos y relatos de la guerra de fronteras (Buenos Aires: Plus Ultra, 1961), 91. La cita es de Norma Mabel Buffa y Mabel Cernada en “Aspectos de la vida en la frontera”, Congreso Nacional de Historia de la Conquista del Desierto, tomo VIII (Buenos Aires: Academia Nacional de la Historia, 1981), 304 y 307; cada vez que se cite un artículo contenido en esta recopilación, se referirá como CNH.
Buffa y Cernada sostienen que los habitantes de la frontera no eran racistas (306-307). Sobre las cuarteleras, agregan: “Estas mujeres que se vinculaban a la tropa llegaban a ella bajo diferentes circunstancias. Algunas, por amor unían su vida a la errante del soldado. Otras, por su conducta irregular eran destinadas a la frontera en vez de ser enviadas a un correccional. Y por último estaba la mujer indígena que tomada prisionera, encontraba por sus cualidades, muy pronto nuevo mando entre los soldados” (CNH VIII: 304).
34 Ana Teresa Zigón, “La conciencia territorial en dos momentos del pensamiento argentino (1837-1880)”, CNH III: 232.
35 Álvaro Barros, Fronteras y territorios federales de las Pampas del Sur [1872] (Buenos Aires: Hachette, 1957), 116. Estos “estremecimientos de pavor” eran enfatizados por la escritura misma, aliada a un proyecto nacional de expansión y conquista que encontraba en ellos parte de su justificación para el exterminio indígena. Según los estudios realizados en los últimos años, pese a los malones, la convivencia campesina e indígena en la frontera fue más armoniosa de lo que deja traslucir la literatura. Sobre la extracción social de los cautivos, ver Carlos A. Mayo, Fuentes para la historia de la frontera: declaraciones de cautivos (Mar del Plata: Universidad de Mar del Plata, 1985).
36 Ver P. Meinrado Hux, ed. Memorias del ex cautivo Santiago Avendaño (Buenos Aires: Elefante Blanco, 1999). Una referencia a los números de cautivas: en la campaña de 1832 con el ejército de Chile contra los indios pehuenches en la zona de la cordillera, la división chilena “regresó repatriando más de 2.000 mujeres cautivas; pero no dejó en su legítima patria las 40.000 cabezas de ganado que los montoneros traían arrebatas en las estancias de Mendoza”. Citado por Walther, 184.
37 Los ‘vagos’ a ser reclutados eran: “1) Todos los ociosos sin ocupación en la labranza y otro ejercicio útil, 2) Los que en día de labor y con frecuencia se encuentran en casas de juego, tabernas, carreras y diversiones de igual clase, 3) Los hijos de familia substraídos de la obediencia de sus padres, 4) Los que por uso de cuchillo, arma blanca y heridas leves son destinados por ley a presidio”. En 1853 se agrega a la definición de vago “los que corren avestruces en la campaña”. Pascual Paesa, “Milicos y fortines”, en Revista de la Junta de Estudios Históricos de Bahía Blanca, II (1970): 28.
38 Citado por Félix Weinberg, “Sarmiento y el problema de la frontera (1845-1858)”, CNH I: 501. La cita del juez de paz aparece en la página 503 de este estudio.
39 Luis Campoy, “Conquista del desierto y desaparición del gaucho: una perspectiva histórico-sociológica” en CNH III: 315-322.
40 Ezequiel Martínez Estrada, Muerte y transfiguración de Martín Fierro, I: 234-5; Borges y Bioy Casares, Poesía gauchesca, I (México: Fondo de Cultura Económica, 1955), viii.
41 Juana Manso (Buenos Aires: Imprenta de Pablo E. Com, 5ª. ed., 1872), 7 y 9.
42 El problema de las cautivas madres de indios aparece desde muy temprano. Por ejemplo, entre los primeros pactos que se intentaron firmar en el siglo xix está el de 1825 en la laguna del Huanaco, firmado por 39 caciques y 50 representantes indígenas, donde reconocen al gobierno argentino y se comprometen a impedir invasiones de otros indios a las provincias de Buenos Aires, Santa Fe y Córdoba; en el artículo 4º se lee: “Que las cautivas serán canjeadas una por otra, pues entregarlas todas como se solicitaba no era posible, por estar la mayor parte casadas y con hijos: solo sí que serán rescatadas equitativamente” (documentos 241, 242 y 249, archivados en la División Historia del Estado Mayor General del Ejército). Citado por Juan Carlos Walther, La conquista del desierto (Buenos Aires: Eudeba, 4ª ed., 1980), 171.