La Victoire en Chantant, Francia. Director: Jean Jacques Annaud. Producción: Arthur Cohn, Jacques Perrin y Giorgio Silvagni. Guión: George Conchon.
Aunque el título en español pareciera referirse a una película sobre la historia del cine, en realidad trata de los blancos colonos franceses en la negra África.
En clave de de sátira y con una acertada puesta en escena, el director Annaud hace un análisis humorístico —y por ello superficial— de los que se instalan como por derecho propio en tierra ajena, intentando prosperar y mitigar su soledad con alegatos de superioridad racial, presupuesto sostenido solo por las armas y el engaño.
Desde las primeras secuencias de este largometraje (Oscar a la Mejor Película Extranjera en 1977), las imágenes se ensañan en la mediocridad y pequeñez de los colonizadores, salvando así la humillación del colonizado a través de la burla. Así, los negros africanos deben cargar en palanquines de bambú a los sacerdotes cristianos y a los comerciantes, lo hacen cantando en su idioma su ridiculización. Su aceptación resignada se redime a través de la travesura, de entregarse como en un juego irremediable, pero siempre consciente de que la fuerza del dominador se basa en una forma de violencia, que no desmiente su indolente debilidad.
El eje argumental está dado por una noticia de prensa —que les llega con varios meses de retraso a los franceses—, gracias a la cual se enteran de una guerra entre Alemania y Francia. Ese momento, como todos los siguientes, no hacen sino continuar con la ridiculización, de la que no se salvan ni el enfrentamiento bélico, ni los valores patrios, la valentía de vitrina y la comodidad de los supuestos héroes. Impelidos por un remoto sentimiento nacionalista, los colonos deciden emprenderla contra una caricatura de fuerte alemán, ubicada al otro lado de un riachuelo.
La supuesta pelea engendra reclutamientos forzados entre los nativos para ejecutar —y ser ejecutados— la parodia patria, mientras los franceses realizan picnics y esconden sus provisiones, entonando el himno de Francia. Blancos y negros en colores logra darle un matiz cómico a una realidad “peor que triste”: los nativos deben enfrentarse unos a otros, recibiendo órdenes en idiomas que les son impronunciables, bajo banderas importadas. Los dominados mueren bajo consignas elaboradas por quienes las utilizan — para sí mismos— como slogans publicitarios aptos para la venta de cualquier baratija.
La burla implacable contra los ciudadanos medios, los sacerdotes y los militares —dibujados en los rostros de esos dominadores—, se retrae cuando interviene el único intelectual del grupo, un joven que ha estudiado en la universidad y que por eso es despreciado por los demás (menos cuando están en peligro y alguien tiene que tomar decisiones o asumir compromisos).
Para eso los intelectuales “están mandados a hacer”. El problema es que —por alguna debilidad personal de los autores— el único personaje con alguna posibilidad de inteligencia y sensibilidad es ese licenciado en geografía. Este, poco a poco, va asumiendo el control, al tiempo que muestra su propio desprecio contra sus conciudadanos que deben pedir cita para verlo y soportar el mayor desplante posible: el “desposamiento” del joven con una negra, a quien todos deben saludar como si fuera una primera dama.
El micromundo de estos franceses es en sí mismo la gran parodia de una República. Ni el intelectual se salva de terminar creyendo en el poder y de organizar un desfile militar, que más parece una parada circense.
El todo del film es especialmente duro hacia las mujeres blancas, presentadas como una vulgar montaña de carne y carcajadas, ávidas de erotismo.
Pero al fin, los únicos que pierden son los negros —es decir, los dominados—, como siempre. Porque si bien ni los franceses ni los alemanes ganan las escaramuzas (la victoria es de la bandera inglesa, enarbolada por los colonizados hindúes, al mando de otra tropa de africanos), los blancos terminan brindando todos juntos, lamentando el “desagradable incidente”.
Blancos y negros en colores esconde así tras su fotografía exótica y sus continuos gags, una violenta crítica contra todas las formas de poder, porque la burla y la ridiculización suelen ser armas que derrotan irremisiblemente hasta al discurso mejor planeado (o mentido)—.
9 de marzo de 1980